Entre el barro y la arena, la historia rioplatense nos trae relatos de identidad compartida. De Buenos Aires a Montevideo en un ir y venir, navegaron seres apasionados en busca de nuevos caminos. Acá la historia de una actriz, la primera y más famosa de las dos orillas: Trinidad Ladrón de Guevara.
POR EMILIA ZAVALETA

El arte sin libertad no es arte. La libertad sin arte no es libertad. Se siente en el cuerpo como brasa ardiente. Un sonido que vibra, esa voz de la verdad.
Petronila peinaba su larga cabellera frente al espejo rajado de marco dorado que habían instalado hacía poco en el minúsculo camarín de la Casa de las Comedias. Los ingleses habían destruido la ciudad durante las invasiones. Por suerte Buenos Aires se defendió y pudo hacerlos retroceder. Pero Montevideo quedó destrozada. Vientos revolucionarios acechaban de orilla a orilla del gran Río de la Plata, y el arte era el bálsamo para sobrellevar la incertidumbre.
Sumergida en esos pensamientos, oyó entrar a su marido con el amigo de ambos, Joaquín Ladrón de Guevara Vasconcelos, y una joven de pelo oscuro y mirada intensa: Trinidad, su hija, quien apenas mencionaron su nombre hizo dos pasos en dirección a Petronila para hacer una reverencia. La niña, ya por cumplir los 15 años ,guardaba un talento especial y pidió que se la escuchara. Una muestra fue suficiente para que Trinidad debutara como actriz de reparto en 1815. El público aplaudía con cada aparición mientras bailaba y cantaba el sainete junto a otro joven actor de la época: Juan Casacuberta. Ella misma se pellizcaba cada vez que terminaba la función para verificar que esa niña de Villa Soriano, que había nacido en la Casa de los Marfetan, estaba en Montevideo en La Casa de las Comedias haciendo lo que siempre había soñado.
Una tarde de verano, terminada la función, un hombre apuesto con profundos ojos negros la esperaba en la entrada del teatro.
Se presentó como Manuel Oribe, Capitán de Cuerpo de Artillería. Trinidad le extendió su mano y le respondió: “a sus órdenes”. La relación entre ambos fue tan intensa como ese primer encuentro. En 1817 durante la invasión portuguesa y bajo las duras críticas familiares y de la sociedad, nació Carolina Martina. La vida de la comedianta con su amante no era el nido adecuado para criar a la niña y decidieron dejarla al cuidado de sus abuelos paternos. Trinidad, despojada de sus bienes por un pleito con el Cabildo, con Oribe y sin su hija, cruzó al otro lado del río para convertirse en la más importante actriz de la Cuenca del Plata. Sus caminos se bifurcaron y ella nunca más volvió a ver a ese primer amor, protagonista de la historia de la independencia de Uruguay.
En la ciudad del Plata fue ovacionada y repudiada, admirada y criticada. La Diosa del Teatro Coliseo, entre lujos y brillos, injurias y soledad, buscaba refugio en brazos de hombres no correspondidos. Criaba hijos propios y otros del corazón. Fue juzgada por la iglesia y calumniada por la envidia de quienes aspiraban ocupar sul ugar. Pero el aire de la libertad en su corazón apasionado pudo más que las adversidades.
Se fue de gira cuando pudo e hizo relucir los teatros en cada ciudad que visitó. Volvió a Montevideo, el lugar que la hizo debutar como artista, amante libre y madre soltera y donde, por primera vez, una mujer reivindicó sus derechos civiles para luego fortalecer su alma profesional por encima del prejuicio. Ella nunca olvidaría la tierra que le dio la vida, tampoco la tierra que la glorificó.Dos orillas conectadas por el arte y la libertad. Al margen de cada una, una corriente de pasiones y desembarcos que se conectan para guardar en la memoria.
En su homenaje, en Buenos Aires un Teatro en la ciudad de Luján, unasala en el Museo de la Historia del Teatro, un Premio Nacional deLiteratura y un Premio Anual de Teatro llevan su nombre. EnMontevi-deo existe una calle dedos cuadras en el barrio de Piedras Blancasque en primavera se llenade retamas amarillas
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